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Los aros para atar los caballos aún resisten el paso del tiempo


El tiempo y la renovación arquitectónica se han llevado del paisaje de Idiazábal elementos que
identificaban a los ámbitos urbanos, a muchos pueblos. Otras muchas piezas han desaparecido
o están a punto de desaparecer. Entre ellas están los aros de hierro que permitían atar caballos,
sulkys o vagonetas en las fachadas de las casas o negocios.
En varias cuadras de Idiazábal, incrustados en los cordones de las veredas, se observan los aros
de hierro que resisten el paso del tiempo. Primeramente, fueron colocados sobre postes de
quebracho u otra madera dura y luego se incrustaron en el cemento, cuando se construyeron
los cordones altos que delimitaban las calles. El desgaste de algunos de estos aros nos da idea
del gran uso que se les dio: caballos mansos de solitarios jinetes que paraba en las fondas y
bares a compartir con otros parroquianos un juego de naipes, una mura o una copa. Sulkys y
vagonetas que llegaban a abastecerse a los almacenes de ramos generales de Los Vascos y
Manzotti generalmente de los colonos que llegaban una vez al mes para la compra grande.
Las riendas de otros tantos caballos se ataban a diario en los aros de los cordones: alazanes,
zainos, tobianos, oscuros… percherones, criollos y mestizos que tiraban de los carros cargados
de productos cosechados en las quintas aledañas; los de las chatas que traían el cereal de los
campos o repartían los productos, cartas, encomiendas, repuestos, etc. que acercaba el
ferrocarril; los de los arrieros que desde lejos trasladaban haciendo a pastar o acercaban el
ganado a la feria y de allí a los bretes del ferrocarril que abastecía los frigorífico de las ciudades
portuarias. También los vendedores ambulantes y los que iban a vender a las colonias o aquellos
otros que iban en busca de aves de corral, huevos, plumas, cueros y lanas entre otros, ataban
en los firmes aros de hierro, sus carros con toldos para abastecerse o descargar lo que traían.
Idiazábal era un pueblo con muchos caballos, imágenes de la época lo atestiguan. El pueblo y
ese continuo intercambio con el campo y la próspera colonia… y su gente que hoy recuerda,
nostalgiosa, el uso de los aros de hierro…
La presencia de automóviles y camiones comenzó a crecer y desplazó a los caballos y otro tipo
de transportes… La suerte estaba echada… el destino quiso que la utilidad de los aros haya
concluido… Cuentan con un siglo de vida o más y poseen un gran valor patrimonial y es
importante valorarlas con el fin de no perder los testimonios de nuestra historia, lo que forma
parte de nuestra identidad.

 


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